miércoles , 22 marzo 2023

Germán Calquín lazo: Este pueblo me lo ha dado todo

Por Emilio Benavides Terzolo

Cristiano, allendista y amigo de sus amigos, la vida de este hombre sencillo, que llegó a San Fernando desde el campo siendo un muchacho, transcurre apacible en el patio de su casa del sector Nircunlauta, lugar que está plagado de automóviles por arreglar.  “Me titulé en la Universidad de Roma”, señala risueño este mecánico de 68 años, al recordar su paso por la escuela de dicha localidad rural sanfernandina donde pasó su infancia.

Don Germán. ¿Cómo fue crecer en Roma?

Mi infancia fue como la de cualquier niño de campo, jugando al trompo y a las bolitas. Tuve una niñez extraordinariamente feliz en el callejón Viedma de Roma, donde viví hasta los 14 años.  Tuve siete hermanos y mis padres eran Adán Calquín Valdés y Luzmira Lazo Horta, quienes me transmitieron valores que me permitieron crecer como una persona de buen pensamiento.

¿A qué se dedicaban sus padres?

Mi madre era dueña de casa y mi padre era comerciante. Tenían un negocio de abarrotes. Era un boliche de campo, donde se vendía de todo un poco, además de un vino que llegaba desde el sector de Miraflores, un excelente mosto que los viejos de entonces le “hacían chupete”. Salían de la pega y se tomaban de una un “medio pato”.

¿Le ponían bueno?

En esa época, en el campo los hombres tomaban mucho. Era la forma que tenían los antiguos de pasarla bien.  Pese a todo, la vida era más sana y no había droga como ahora. Los padres eran más estrictos y a veces nos hacían uno que otro “cariñito”, pero no me quejo, pues me sirvió para el resto de mi vida.

¿Cómo era el Roma de antaño?

En el campo se cultivaba la amistad, no existía el enemigo. La gente era mucho más sana y todos se respetaban y se saludaban con una venia. En Roma se sembraba de todo, llámese porotos, papas, maíz. Era un sector netamente agrícola, donde había muchos animales que eran lanzados al cerro y se criaban solos, hasta que los iban a buscar cuando se secaba el pasto. También se plantaba el cáñamo, que se usaba para fabricar sacos paperos que en esa época eran de hasta 100 kilos y no de 25 como ahora, sin embargo, la gente no sabía que se trataba de marihuana.

¿Cuándo llegó a San Fernando?

Siendo un joven, casi un niño, me fui a vivir a la casa de una hermana de mi mamá en Manso de Velasco frente a Chacabuco. Recién había terminado la básica en la “Universidad de Roma” como le digo yo. Después, estuve en la nocturna del Liceo Neandro Schilling, llegando hasta segundo medio. Tuve una buena enseñanza y con lo poquito que pude estudiar he llegado más alto que algunos que tienen más estudios y son más brutos.

¿Después ingresó al mundo laboral?

Comencé a buscar trabajo y estuve cuatro años en una mueblería. Después, me entró el bichito por la mecánica. Empecé de cero y partí desarmando y lavando motores. Mi tío Humberto Araneda me enseñó mis primeras armas en el oficio y después tuve otros buenos maestros de los que aprendí mucho.

¿Ha cambiado mucho la mecánica?

No mucho, pues el patrón de un motor sigue siendo el mismo, aunque se ha modificado la parte eléctrica, ya que ahora los automóviles tienen sensores y computadoras.

¿Qué es la mecánica para usted?

La mecánica para mí es todo. Todo lo que tengo ha sido gracias a ella. Les pude dar estudios a mis cabros, tengo mi ranchita y mi cacharro que me da mis pequeñas satisfacciones. Cuando uno tiene una cantidad de abriles, que no son pocos, es lindo poder disfrutar de la vida.

Entrando en el área chica. ¿Cómo ha sido su vida familiar?

Siendo joven conocí a María Angélica Meza Cubillos, con quien llevo 48 años de feliz matrimonio. Tenemos tres hijos: Yerco, ingeniero agrónomo que trabaja en Bayer; Germán Antonio, abogado que se desempeña como fiscal en La Serena; y el menor, Fernando Esteban, quien es profesor de inglés y es intérprete de los gringos en la Viña Lapostolle.

¿Por qué tiene un retrato del Presidente Salvador Allende en el living de su casa?

Le tengo una profunda admiración, ya que fue alguien que quiso emparejar la cancha, permitiendo que todo el pueblo tuviera las mismas oportunidades. Que si algunos comían pan, todos pudieran hacerlo. Hoy día se disfruta de eso, algo que no toda la gente reconoce. Precisamente, eso fue lo que le costó la vida. Sin embargo, para mí, el primer socialista de la Tierra fue Cristo.

¿Es un hombre de muchos amigos?

Podría hablar de tantos. Tengo un gran recuerdo del paramédico Gilberto Calvo, quien lamentablemente ya no está entre nosotros. De los que van quedando, le puedo nombrar al “Huaso” Marín, ex arquero de Colchagua y de Temuco, entre otros clubes, además de Pedro Oróstica, quien le ha cantado mucho a San Fernando. Se trata de viejos que han sabido ganarse el respeto de la gente.

¿Ha cambiado mucho San Fernando a través de los años?

Cuando yo llegué del campo, la ciudad terminaba en Juan Jiménez y ahora está poblada hasta cerca del cerro. Del San Fernando antiguo recuerdo que la avenida Bernardo O’Higgins era de adoquines,  al igual que Manuel Rodríguez, que antes tenía unas hermosas palmeras al centro. Esta es una linda comuna que ha crecido mucho y cada año se ha ido modernizando.

¿Algún mensaje para los sanfernandinos?

Los llamo a querer y a respetar su pueblo, pueblo que me lo ha dado todo.

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